22/8/16

Cloroformo: Reseña de Amnesty (I), de Crystal Castles

Portada de Amnesty (I), Crystal Castles, 2016.
¿Qué queda del punk en 2016? ¿Qué queda del rock? ¿Qué sentido tiene la rebeldía en un mundo masivo donde todo, absolutamente todo, es tan revolucionario como banal y anodino? Donde todo el mundo puede decir cualquier cosa, pues las palabras no sirven para nada; donde, con mover la ruedecilla del ratón, puedes pasar de ver la fotografía de una magdalena de colorines a la de un niño calcinado que ya no tiene fuerzas ni para llorar;  puedes darle like a la magdalena, o al niño, o a las dos cosas, qué coño, y salir a la puta calle a comprarte un smöoy, quejarte (siempre en facebook, o en twitter, claro) de qué mal está el mundo, que las elecciones son en navidad, joder, qué putada, y a cazar pokémon, que es lo que está de moda, a follarse a una entre cinco, joder, qué envidia, qué pasada, qué puta pasada. Yo no he vivido el punk, yo nací en los noventa, y en el mundo en que he crecido no hay cabida para el punk, no hay gritos lo suficientemente fuertes como para ser escuchados, ni siquiera hay interés en oírlos, ese no-futuro que predicaban los Sex Pistols ya ha llegado, ¿y ahora qué? ¿Qué podemos conseguir con las palabras? ¿Un millón de likes? ¿Un millón de likes para cambiar el mundo?


La gente de Crystal Castles no parece especialmente inteligente ni especialmente cuerda, pero saben lo que hacen (muy especialmente Ethan Kath). Saben que el rock ha muerto, que el sexo ha sido sustituido por la pornografía; las guitarras, por sintetizadores; el alcohol, las drogas, eso ya no hace falta, tenemos internet. Saben de sobra que nos vamos todos a la mierda, que su música no es mejor que la de otros grupos emo-hipster-punk-tecno-rave de esos que llenan las páginas de soundcloud como un virus cibernético, que la gente los odia y los admira a partes iguales, que son una marca, que la gente está deseando comprar bolsos y camisetas con la jeta de Alice Glass, ‘cause she’s so cool and OMG, que lo petan en los festivales… Saben todo eso y lo usan como les da la gana, como marionetistas. Por eso se le dio la patada a Alice Glass cuando era ya un cadáver cocainómano andante incapaz de cantar en los conciertos, se la reemplazó por Edith Frances y no ha cambiado prácticamente nada, la marca Crystal Castles sigue intacta, y su música sigue siendo igual de ruidosa, adictiva y maquiavélica.



Su música es algo a medio camino entre ese punk que ya no existe y la rave putrefacta de los noventa, sonidos estridentes y machacones como los que producía The prodigy, voces distorsionadas cuyos gritos se pierden en la amalgama digital, que cantan sobre la guerra, sobre la violencia doméstica, sobre el exceso de información, sobre un montón de cosas que apenas se distinguen entre todo ese ruido, porque en realidad no importan, porque nadie va a hacer nada para cambiarlas, porque cuando el mundo arda nosotros estaremos bailando frente a una cara bonita (antes la de Alice, ahora la de Edith) y unos beats molones. Lo que hacen los Crystal Castles con su música es manifestar el apocalipsis digital en el que vivimos, la deshumanización capitalista de la que, paradójicamente, ellos mismos forman parte. Son conscientes de todo ello y siguen adelante, haciendo música y cediendo los beneficios de las ventas a Amnistía Internacional. Saben lo que hacen, y en mi humilde opinión, lo hacen de maravilla, han sabido construirse su castillo de cristal, una maquinaria monstruosa y admirable al mismo tiempo, con todos sus engranajes visibles y chirriantes pero en perfecto funcionamiento.




Amnesty (I) se inicia con un sample del estribillo de Smells like teen spirit de Nirvana, interpretado por un coro infantil y reproducido al reverso, acompañado por una fuerte producción electrónica, de tal forma que al final de Nirvana queda poco en esta canción que lleva por título Femen. Es un tema emotivo, grandilocuente, que parece invitar a la revuelta, a la lucha… Pero pronto se ve truncado por la segunda canción, mucho más discotequera: Fleece. El sonido general del disco no se diferencia demasiado del tono que ya quedó marcado en Crystal Castles (III), temas que van desde lo más etéreo (Char, Their kindness is charade), hasta los más ruidosos (Enth), pasando por toda una escala de grises en la que destacaría el tema Sadist.



Una primera escucha del disco puede ser muy agobiante, sobre todo para un oído que no esté acostumbrado a este tipo de sonido tan ruidoso, pero vale la pena hacer el esfuerzo de escuchar el ruido, buscar los matices, entender el fenómeno, ver a Edith cantando a su puta bola entre el público de un concierto que no es el suyo, que no le hace el más mínimo caso, como esas capas y capas de ruido atronador que intentan acallarla sin lograrlo del todo.

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