18/8/16

There are no accidents: Reseña de Carol, de Todd Haynes

Imagen extraída de Carol, Todd Haynes, 2016.
Esta no es una película gay. No, al menos no es esa la interpretación que yo le doy al terminarla, no es una película sobre lo injusta que era la sociedad americana en los años cincuenta contra el colectivo homosexual, no es una pieza de activismo LGTB, o por lo menos, no es eso a lo único a lo que se reduce esta obra de arte. Si eres hombre, si eres mujer, sea cual sea tu orientación sexual (si es que podemos hablar de eso), Carol es una película que te conmoverá, es probable incluso que te sientas identificado con alguna de las muchas problemáticas sentimentales que se plantean, porque al final, el amor y sus demonios, eso es algo que nos toca a todos. Y lo más doloroso es que es tan fortuito, y tan potente… Como canta Michael Stipe, ‘Everybody hurts sometimes’ (todo el mundo hiere a veces). No es culpa de nadie.

Imagen extraída de Carol, Todd Haynes, 2016.
La película, basada en la novela homónima de Patricia Highsmith, nos cuenta la historia de amor que surge entre Therese Belivet, una joven aspirante a fotógrafa, y Carol Aird, una mujer adulta, casada, con una hija, y en proceso de divorciarse. De esta unión surgirán diversos conflictos, como los celos del marido, el miedo de Therese a hacer daño a Carol involuntariamente, la impotencia del novio de Therese, el miedo de Carol a perder a su hija, la incertidumbre de ambas ante lo que el futuro pueda depararles… Todo ello se desarrolla en una sociedad en la que, para más inri, la homosexualidad es vista como algo “inmoral”, con lo cual los conflictos interpersonales se intensifican, las envidias son aún mayores, los celos se disfrazan de una supuesta ética, y el amor se convierte en algo peligroso, en el límite de lo posible. 

Imagen extraída de Carol, Todd Haynes, 2016.
Una de las virtudes de la historia es su relatividad: no hay buenos y malos. El marido de Carol no pretende hacerle daño porque sea malo, ni porque la odie: lo hace porque la ama. Y sí, lo sé, no es justificable, si verdaderamente la ama debería dejarla marchar y ser feliz… Pero en la práctica no es tan fácil, y todos sabemos la fuerza que tienen las pasiones, y el daño que pueden llegar a hacer. Empero, esto no significa que el marido de Carol actúe movido por malicia, ni siquiera por homofobia, actúa movido por una mezcla de miedo, deseo y envidia, es un último movimiento desesperado para intentar controlar algo que no puede controlar, algo que necesita porque es débil, porque está locamente enamorado y siente que, perdiéndola a ella, puede perderse a sí mismo. Tampoco es mala Therese por rechazar todo lo que su novio le ofrece para irse con Carol, ni es malo el novio por perder los estribos y enfadarse con ella cuando esta no acepta irse con él a Europa; es solo un laberinto de pasiones, es el ser humano, su fragilidad, su fuerza y sus contradicciones.

Imagen extraída de Carol, Todd Haynes, 2016.
Y dejando ya las cuestiones éticas a un lado, nos podemos centrar en otros aspectos interesantes de la película, como la preciosa fotografía, con ese predominio de tonalidades verdes y azuladas que dotan a las imágenes de un halo de melancolía; o  la cuidada escenografía, que nos traslada directamente a los Estados Unidos de los años cincuenta, con esos vestidos y peinados excesivamente recargados y elegantes; y, por supuesto, la interpretación de las dos actrices principales, de un realismo y sensibilidad conmovedores. Todo el peso de la historia recae sobre ellas dos, y saben conducirla con maestría.
Si a todos estos ingredientes sumamos el de la música, obtendremos una película de una belleza inmensa que explora con delicadeza el lado más tierno (y a veces también más sombrío) de las pasiones humanas. La recomiendo encarecidamente.

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