Imagen extraída de სიმინდის კუნძული (Corn Island), George Ovashvili, 2014. |
La
niña mira al abuelo y le pregunta de quién es esta tierra, a lo que el abuelo
contesta que esta tierra es de su creador. No hace falta decir más, hay que seguir
trabajando. A ambos lados del río se escuchan disparos, el hombre sigue siendo
bestia que posee y destruye, pero el abuelo y su nieta se aíslan en el río y
deciden crear. Las manos del abuelo son duras como el cuero, y su piel está
dorada por el sol: la vida lo ha enseñado a soportar el fuego y el viento, a
trabajar con el cuerpo y renunciar a la palabra, herramienta humana inútil en un
mundo salvaje y solitario. Conoce el río, y sabe que es caprichoso, no obedece
a ninguna ley ni tratado. Se sabe intruso en el mundo, poseedor de su cuerpo y
nada más, pues la tierra no está ahí para que nosotros la manchemos de sangre,
sudor y lágrimas. La tierra nos precede y perpetúa, es ella quien nos posee,
nos engendra y nos arropa cuando regresamos al polvo.
Imagen extraída de სიმინდის კუნძული (Corn Island), George Ovashvili, 2014. |
La
niña tiene que aprender. Su piel es suave, blanca y tersa, sus manos aún no
conocen el tacto de la madera y sus astillas, del agua y su helor, de la tierra
y su mancha. Sueña con el tacto de un hombre que acaricie sus cabellos, que
pellizque sus pezones y lama su espalda, pero no hay amor en este río, es un
espejismo. Los hombres llevan escopetas, buscan algo que matar, rompen todo con
sus manos, y el abuelo lo sabe, ha visto los cuerpos amontonados, sabe lo que
hace el hombre con todo aquello que posee, y trata de proteger a la niña, ella
tiene que aprender, aprender a ser libre y respetar la libertad del mundo, el
capricho del río, tiene que aprender que el ser humano es miserable por
naturaleza, desechar los delirios megalómanos de la ciudad, enfrentarse a su
reflejo en el río y ver cómo una sencilla ráfaga de viento puede enturbiar el
agua y borrar su rostro, porque eso no es controlable, nunca lo ha sido y nunca
lo será, y por ello, lo inteligente es respetarlo.
Imagen extraída de სიმინდის კუნძული (Corn Island), George Ovashvili, 2014. |
En
esta isla temporal, este refugio ilusorio, el abuelo y su nieta intentarán
sobrevivir, simplemente sobrevivir, y saben que no será fácil. Construirán
desde la nada un lugar al que llamar hogar, y crearán sobre la fértil tierra de
la isla de maíz. La niña aprenderá poco a poco la vida más allá de la ciudad,
más allá de los muros de cemento y los disparos, más allá de las baldosas de
sangre y los palacios de hueso, aprenderá a mancharse las manos y construir su
mundo desde la más absoluta precariedad, se enfrentará a la soledad y al silencio,
pues aunque su abuelo estará ahí, de nada servirá buscar su compañía, serán
ella y él frente a la inmensidad de la selva y nada más. Y nosotros,
espectadores, nos situaremos tras sus ojos, nos convertiremos en ella y
sentiremos ese silencio, creceremos con ella y veremos la naturaleza desde su
perspectiva, esa naturaleza de una violencia latente y calma, alejada de casas
rurales y excursiones exóticas, una naturaleza que se nos escapa y nos excede.
Imagen extraída de სიმინდის კუნძული (Corn Island), George Ovashvili, 2014. |
სიმინდის კუნძული
(Corn Island),
es una película atípica, una suerte de cruce entre el cine documental de
Godfrey Reggio y la naturaleza salvaje, solitaria y fría de los cuentos de Juan
Rulfo. Como en Koyaanisqatsi, la
naturaleza tiene un papel capital, el hombre es un intruso en el mundo y lucha
por sobrevivir, busca un sistema para integrarse en la tierra, pero una y otra
vez se da cuenta de que su estancia es fortuita, que su existencia depende de
los designios del mundo, que no es más que una frágil caña pensante mecida por
el viento. Como en El llano en llamas,
el hombre es animal solitario y, hasta cierto punto, salvaje, y su paso por el
mundo está marcado por la fatalidad y el patetismo. Resulta significativo que
la traducción al francés del título de esta película haya sido La terre éphémère, pues condensa en esas
tres palabras la esencia de la cinta de una forma bastante explícita, podría
titularse incluso La vie éphémère.
Esta
visión del hombre y su posición en el mundo es retratada en la película con una
sensibilidad extraordinaria, las imágenes respiran, las leves notas de la banda
sonora, diluidas en el propio sonido de la selva, hacen que el trabajo manual
del abuelo adquiera un carácter casi sagrado, aportan a sus movimientos una
veneración y una solemnidad difíciles de obtener de ninguna otra forma. Las
miradas de él y de ella transmiten más que cualquier línea de diálogo, y todo
fluye como el agua, como el viento. Película lenta, pero llena de simbolismo,
muy recomendable para ver tranquilamente y reflexionar.
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