4/11/16

Nos han dado la tierra: reseña de სიმინდის კუნძული (Corn Island) (2014)

Imagen extraída de სიმინდის კუნძული (Corn Island), George Ovashvili, 2014.
La niña mira al abuelo y le pregunta de quién es esta tierra, a lo que el abuelo contesta que esta tierra es de su creador. No hace falta decir más, hay que seguir trabajando. A ambos lados del río se escuchan disparos, el hombre sigue siendo bestia que posee y destruye, pero el abuelo y su nieta se aíslan en el río y deciden crear. Las manos del abuelo son duras como el cuero, y su piel está dorada por el sol: la vida lo ha enseñado a soportar el fuego y el viento, a trabajar con el cuerpo y renunciar a la palabra, herramienta humana inútil en un mundo salvaje y solitario. Conoce el río, y sabe que es caprichoso, no obedece a ninguna ley ni tratado. Se sabe intruso en el mundo, poseedor de su cuerpo y nada más, pues la tierra no está ahí para que nosotros la manchemos de sangre, sudor y lágrimas. La tierra nos precede y perpetúa, es ella quien nos posee, nos engendra y nos arropa cuando regresamos al polvo.
Imagen extraída de სიმინდის კუნძული (Corn Island), George Ovashvili, 2014.
La niña tiene que aprender. Su piel es suave, blanca y tersa, sus manos aún no conocen el tacto de la madera y sus astillas, del agua y su helor, de la tierra y su mancha. Sueña con el tacto de un hombre que acaricie sus cabellos, que pellizque sus pezones y lama su espalda, pero no hay amor en este río, es un espejismo. Los hombres llevan escopetas, buscan algo que matar, rompen todo con sus manos, y el abuelo lo sabe, ha visto los cuerpos amontonados, sabe lo que hace el hombre con todo aquello que posee, y trata de proteger a la niña, ella tiene que aprender, aprender a ser libre y respetar la libertad del mundo, el capricho del río, tiene que aprender que el ser humano es miserable por naturaleza, desechar los delirios megalómanos de la ciudad, enfrentarse a su reflejo en el río y ver cómo una sencilla ráfaga de viento puede enturbiar el agua y borrar su rostro, porque eso no es controlable, nunca lo ha sido y nunca lo será, y por ello, lo inteligente es respetarlo.
Imagen extraída de სიმინდის კუნძული (Corn Island), George Ovashvili, 2014.
En esta isla temporal, este refugio ilusorio, el abuelo y su nieta intentarán sobrevivir, simplemente sobrevivir, y saben que no será fácil. Construirán desde la nada un lugar al que llamar hogar, y crearán sobre la fértil tierra de la isla de maíz. La niña aprenderá poco a poco la vida más allá de la ciudad, más allá de los muros de cemento y los disparos, más allá de las baldosas de sangre y los palacios de hueso, aprenderá a mancharse las manos y construir su mundo desde la más absoluta precariedad, se enfrentará a la soledad y al silencio, pues aunque su abuelo estará ahí, de nada servirá buscar su compañía, serán ella y él frente a la inmensidad de la selva y nada más. Y nosotros, espectadores, nos situaremos tras sus ojos, nos convertiremos en ella y sentiremos ese silencio, creceremos con ella y veremos la naturaleza desde su perspectiva, esa naturaleza de una violencia latente y calma, alejada de casas rurales y excursiones exóticas, una naturaleza que se nos escapa y nos excede.
Imagen extraída de სიმინდის კუნძული (Corn Island), George Ovashvili, 2014.
სიმინდის კუნძული (Corn Island), es una película atípica, una suerte de cruce entre el cine documental de Godfrey Reggio y la naturaleza salvaje, solitaria y fría de los cuentos de Juan Rulfo. Como en Koyaanisqatsi, la naturaleza tiene un papel capital, el hombre es un intruso en el mundo y lucha por sobrevivir, busca un sistema para integrarse en la tierra, pero una y otra vez se da cuenta de que su estancia es fortuita, que su existencia depende de los designios del mundo, que no es más que una frágil caña pensante mecida por el viento. Como en El llano en llamas, el hombre es animal solitario y, hasta cierto punto, salvaje, y su paso por el mundo está marcado por la fatalidad y el patetismo. Resulta significativo que la traducción al francés del título de esta película haya sido La terre éphémère, pues condensa en esas tres palabras la esencia de la cinta de una forma bastante explícita, podría titularse incluso La vie éphémère.

Esta visión del hombre y su posición en el mundo es retratada en la película con una sensibilidad extraordinaria, las imágenes respiran, las leves notas de la banda sonora, diluidas en el propio sonido de la selva, hacen que el trabajo manual del abuelo adquiera un carácter casi sagrado, aportan a sus movimientos una veneración y una solemnidad difíciles de obtener de ninguna otra forma. Las miradas de él y de ella transmiten más que cualquier línea de diálogo, y todo fluye como el agua, como el viento. Película lenta, pero llena de simbolismo, muy recomendable para ver tranquilamente y reflexionar.

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