13/11/16

Retrospectiva: Ladytron o la humanización del tecnopop

Ladytron
Hace unos diez o doce años mis padres me regalaron mi primer reproductor mp3. Creo recordar que tenía una capacidad de cuatro gigabytes, igual no eran cuatro y eran dos, el caso es que a mí entonces se me antojaba muchísimo. El problema es que no sabía qué meter dentro. Mis conocimientos musicales se limitaban por entonces a los singles que anunciaban en la tele con colores chillones, pidiéndote que enviaras un mensaje de texto con tal palabra a tal número para que te enviaran al móvil lo último del artistucho del momento. Y durante un tiempo, circularon por mi mp3 temas de Rihanna, de Shakira, de Lady Gaga y de Britney Spears, me dediqué a engullir como un pato toda la mierda que los medios de masas me echaban a la boca. No duraría mucho esto, por suerte. Pronto llegaría la adolescencia, y con ella ese sentimiento de estar en el lugar equivocado que me ha acompañado siempre desde entonces, esa necesidad de escapar, de buscar ser otra cosa. Busqué refugio en el rock, y durante un tiempo encontré consuelo en Alice Cooper, Foghat, Ozzy Osbourne, Judas Priest, Kiss...
Ladytron
Al rock clásico le debo mucho. Le debo el haberme enseñado a apreciar toda la belleza que se puede extraer de una guitarra, le debo el haberme enseñado a apreciar la música no solo como distracción, sino como objeto artístico valioso, y sobre todo, le debo el haberme ayudado a sentirme menos solo. Sin embargo, el rock también me trajo otras cosas, en esta época se fue gestando en mí un intenso sentimiento de rechazo hacia cualquier forma musical mínimamente alejada de la formación guitarra-bajo-batería-voz, cualquier sonido que me sonara a sintetizador me repelía. No he conocido género musical con un público más radical que el del rock, y sobre todo, el del metal, son géneros a los que se les rinde un culto casi religioso, tratándose al resto de manifestaciones musicales como heréticas. Hay entre los seguidores del rock un fuerte componente tribal, de adoración al líder y desprecio al otro, una defensa delirante del dios rock, único y todopoderoso... Es algo que da bastante lástima, y es difícil hablar de ello sin que lo tachen a uno de trivial, incoherente o a saber (hereje), pero es así. Y yo me lo tragué de lleno. No podía escuchar ninguna otra cosa, no me parecían formas musicales legítimas, para mí todo lo demás era plástico, basura falsa. Y un día me topé con Ghosts, de Ladytron.
Ladytron
No sé qué fue: si fueron esos riffs que abren la canción, si fue la voz dulce y triste, pero al mismo tiempo decidida y sensual de Helen Marnie, si fue la estética oscura de los miembros del grupo, si fueron los conejitos del videoclip... El caso es que ese fue el puente que me llevó, poco a poco, del rock a la música electrónica. Con el tiempo he empezado a creer que fue cuestión de magia, si no fuese así tendría que recurrir con demasiada frecuencia a la palabra azar para intentar explicar mi vida. En Ghosts hay una alta dosis de irracionalidad, es una canción de contradicciones, un tema sobre esa parte del espíritu que desea algo contrario a lo que manda el ego, las guitarras se confunden con los sintetizadores, y Helen repite obsesivamente esas líneas, There's a ghost in me / who wants to say 'I'm sorry', / doesn't mean I'm sorry. En esta canción está la tristeza de quien se sabe arrastrado inevitablemente al error y al dolor, la melancolía de la bestia humana. Y esto, en mayor o menor medida, está presente en toda la discografía de Ladytron.
Portada de Best of 00-10, Ladytron, 2011.
Ghosts me gustó mucho, en parte también porque no tiene un sonido demasiado alejado de lo que yo escuchaba entonces (había migrado del rock clásico a otras bandas más modernas y más de adolescentes como Green day y My chemical romance), seguían estando muy presentes las guitarras, y los sintetizadores se incorporaban a la mezcla de una forma que a mí no me terminaba de disgustar. Así que quise escuchar más, y así fue como llegué a Velocifero, el primer disco de Ladytron que escuché. No me quiero entretener demasiado en este disco porque creo que no es de lo mejor que han hecho, pero le tengo que dedicar unas palabras, porque para mí fue un disco importante. En Velocifero aún podía encontrar muchos de los leitmotiv con los que tan cómodo me sentía en aquel momento, una sensibilidad violenta y ruidosa, baterías que sonaban como bidones de gasolina golpeados con furia, sintetizadores que sonaban como riffs de Marilyn Manson, melodías con un ritmo acelerado y una estructura sencilla de estrofas y estribillos; sin embargo, a ese cóctel se fueron añadiendo otros ingredientes que para mí eran nuevos. Tomemos por ejemplo el tema inicial del disco, Black cat. Dos minutos hasta que aparecen las voces, algo para mí impensable entonces, dos minutos de instrumentación repetitiva en la que se van añadiendo matices de forma progresiva hasta tener todos los ingredientes de la canción juntos, y cuando finalmente aparece la voz humana, es Mira Aroyo quien canta, con esa voz extraña, alienada, que canta en una lengua desconocida para la inmensa mayoría de los oyentes, yo el primero (búlgaro, entonces creía que era alemán o algo así). Era un akelarre.
Black cat era un tema que al principio siempre me lo saltaba al poner el disco, pero ahí estaba la esencia mágica de la música de Ladytron, en esa canción que era un ritual o un sacrificio, en esa voz extranjera que bien podía ser la de una bruja, ese conjuro a la música y a lo inefable. En la música de Velocifero también podías encontrar auténticos hits del tecnopop como lo es el himno indiscutible Runaway, un tema con un sonido que, en principio, en esa época, debería haberme repelido, porque bebe mucho de esa música de baile de la que huía cuando acudí al rock, pero no fue así. Y es que escuchando Runaway no tenía una sensación que sí tenía escuchando a otras divas del tecnopop: la sensación de que lo tomen a uno por imbécil. La sensación de que, para divertirse, uno tenga que sacarse el cerebro y bailar como un idiota, ese insulto constante en los singles de la tele, esa sensación de atontamiento, de que le tomen a uno el pelo, ese placebo amargo. En Ladytron había una sensibilidad humana alejada de la maquinaria mediática de otras bandas de tecnopop más populares, existía un diálogo sano entre el tecnopop de discoteca y el rock de garito, y sobre todo, existía una consciencia constante de la tristeza y otros sentimientos similares que en la música de baile normalmente se aíslan, se obvian. Ese abanico de sentimientos, esa mezcla de sensibilidades y esas incursiones en lo irracional hicieron que Velocifero se convirtiera en mi puerta de entrada en otro tipo de música con la que podía sentirme más identificado, una música que me ha seguido acompañando hasta el día de hoy, una música capaz de hacerte bailar cuando tu mundo se hace mierda, porque no te hace sentir tan solo.
Después llegarían a mi mp3 Light & Magic y Witching hour, dos títulos con un sonido más electrónico, con mayor cabida para lo etéreo en el caso de Witching hour, que me sirvieron para acabar de integrarme en este, para mí, nuevo sistema de sonidos extraños y atrayentes. En ambos discos hay grandes hits, Light & Magic cuenta con temazos como Seventeen y Blue jeans, y en Witching hour está Destroy everything you touch; todas ellas canciones indispensables en cualquier fiesta que se precie, todas ellas adictivas, energéticas, y al mismo tiempo, sensibles, humanas (en el caso de Seventeen, su humanidad está en su sátira: un tema de electrónica robótica, mecánica, que satiriza sobre el microcosmos de la pista de baile, en el que se encuadra). Por otro lado, lejos de esos hits más bailables, hay en ambos discos otros temas más etéreos, en los que la magia toma mayor protagonismo, temas que invocan energías inconscientes, como Soft power, Light & magic, Beauty*2 y All the way. La voz aterciopelada de Helen Marnie cobra aquí especial protagonismo, filtrada por diferentes modificadores electrónicos, pero siempre igual de hechizada, siempre levitando como en un sueño sobre sonidos imposibles, siempre invocando fuerzas extrañas y hermosas. Ambos discos tienen sus aciertos y sus errores, quizás pequen de una extensión excesiva, pero configuran un sonido único que creo que es la esencia de Ladytron.
Finalmente llegamos a 2011, Ladytron lanza dos discos importantes: un nuevo album de estudio y un recopilatorio de grandes éxitos. El nuevo album, titulado Gravity the seducer, muestra a unos Ladytron soñadores, fríos, distantes, un tanto apocados... Explota al máximo la faceta más preciosista del grupo, hasta el punto de que apenas hay en el disco otra cosa que no sean baladas etéreas. Algunas son extraordinarias, White elephant, Ace of Hz y Ninety degrees son algunos de los temas más bonitos que ha compuesto la banda, pero no hay aquí hueco para esa energía que desprendían en el pasado temas como Blue jeans y Playgirl. El recopilatorio de grandes éxitos, sin embargo, es una maravilla. Y yo no soy partidario de este tipo de discos, pues normalmente suelen ser un desastre, una amalgama caótica de singles económicamente rentables. Pero en este caso, creo que Best of 00-10 consigue lo que no consigue ningún otro disco de Ladytron: ofrecer un continuo trance desde que comienza hasta que acaba. Es un recopilatorio en el que no se respetan los principios básicos que suelen regir el proceso de recopilación musical, pues no obedece tanto a la popularidad de los temas seleccionados como a su calidad musical, quedan fuera temas como Sugar, uno de los singles más conocidos del grupo, a favor de temas como Discotraxx o Season of Illusions, temas menores en su discografía que en esta lista de grandes éxitos se engrandecen y brillan. La ordenación de las pistas hace que la música fluya sin cortes, sin extrañamientos, que un tema confluya en el siguiente y la calidad no decaiga, que exista un equilibrio entre todas las facetas de Ladytron. Por ello, creo que cualquiera que quiera acercarse a ellos, debería hacerlo a través de este diamante en bruto que es Best of 00-10, y para un admirador de la banda de largo recorrido, no habrá mejor forma de volver a ellos tras estos cinco años de inactividad, que escuchar este disco.
Ladytron es probablemente otra de esas bandas de electropop oscuro que surgieron en Inglaterra a finales de los noventa y principios de los dos mil, una más, otros niñatos con suficiente dinero como para pagarse unos sintetizadores, vestirse de negro y parecer super guays, seguramente tiras una piedra y te salen veinte Ladytron, pero para mí fueron un grupo especial que me abrió la puerta a un mundo alucinante. Y sentaron ciertas bases, ciertas tendencias, que ningún grupo ha conseguido superar a día de hoy. No ha habido otra Helen Marnie, y las ha habido que han intentado serlo: sin ir más lejos, Alice Glass (y no diré más al respecto de esta comparación Marnie/Glass, pero hay mucho que decir). Así que larga vida al tecnopop, larga vida a Ladytron, y larga vida a la música.

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