8/12/16

Crónica del FICC_45

Cartel oficial del FICC_45
Ya va siendo hora de hablar del FICC_45, el Festival Internacional de Cine de Cartagena. Ya son cinco los años que llevo asistiendo, y desde aquel 2012 en que decidí asomarme a aquel festival que anunciaban las paradas de autobuses y salí entusiasmado, cada año conservo esa tonta ilusión de que llegue diciembre para ir a ver las películas del FICC, como unos Reyes Magos adelantados. En estos años he visto ahí algunas de las películas más interesantes que he tenido el placer de ver, películas de diversas nacionalidades, géneros, culturas, sensibilidades, películas que me han servido para ampliar mi visión del ser humano y de la vida. Entre ellas, por citar las mejores de las que he podido ver, se encuentran En kongelig affære (A royal affair), Lore, Submarine, Amour, Quai D'Orsay, Gloria, The Rocket, The broken circle breakdown (Alabama Monroe), Hoje eu quero voltar sozinho (The way he looks), Mommy, Razredni sovražnik (Class Enemy), Ida, Magical girl, Pride, Elser: Er hätte die Welt verändert (Georg Elser), 海街 diary (Our little sister), Mia Madre, Mustang, Trois souvenirs de ma jeunesse (My golden days), Fúsi (Virgin Mountain), The lobster o Anomalisa. Y este año el festival ha traído más películas que añadir a esa lista.
Imagen extraída de Frantz, François Ozon, 2016.
Esta edición arrancó con mucha fuerza, emitiendo en su apertura una de las mejores películas que se proyectarían a lo largo de la semana. Se trata de Frantz, la última película de François Ozon (autor de Dans la maison, entre otras). Con una fotografía que alterna con elegancia entre el blanco y negro y el color, la película se sitúa en Alemania, en el periodo de Entreguerras, para contarnos la historia de Anna, viuda de Frantz, un combatiente alemán que murió luchando en Francia; cuya vida da un giro inesperado al conocer a Adrien, un chico francés que dice haber conocido a Frantz durante su estancia en Francia. Con un guión lleno de giros y un ritmo narrativo ágil, la película toca numerosos temas, reflexiona sobre el peso del amor y el vacío que deja al marcharse, sobre el duelo, la fidelidad, el perdón; pero también sobre la guerra, sobre el impacto de la guerra en las vidas humanas, la fuerza del miedo, la honra y su inhumana defensa... Cuenta con escenas visual y simbólicamente sobrecogedoras que no describiré aquí para ahorrar destripamientos innecesarios, diálogos para enmarcar (¿Quiénes mataron a nuestros hijos? ¿Fueron los franceses? ¿Fue la guerra? No. Fuimos nosotros quienes les dimos las armas y los mandamos a luchar, sus padres, fuimos los padres los que matamos a nuestros hijos.); y una fotografía muy cuidada, aunque con un tratamiento del efecto de zoom y los movimientos de cámara algo cansino para mi gusto, telenovelesco incluso, pero que no impide disfrutar de numerosos encuadres de una belleza sobrecogedora. Muy recomendable.
Imagen extraída de 家族はつらいよ (Maravillosa familia de Tokyo), Yôji Yamada, 2016.
En la jornada siguiente se emitieron tres películas, de las cuales me gustó especialmente la segunda. En primer lugar, pudimos ver una comedia japonesa titulada 家族はつらいよ (Maravillosa familia de Tokyo), que bueno... Aunque no deja de ser divertida y entretiene, el placer de su visionado amarga un poco debido a la moral que refleja, que no deja de ser la moral imperante en Japón: una moral machista y retrógrada en la que el hecho de que una mujer decida divorciarse debido a que su matrimonio no funciona y no es feliz con él supone una tragedia impensable, algo horrible que desencadena un estado de histeria general, que pone patas arriba a toda la familia. Desde que anuncia su decisión de divorciarse, al inicio de la película, hasta que se le da voz para expresar los motivos de su desencanto, tendremos que esperar como una hora de película en la que los diversos miembros de la familia intentarán evitar el fatídico acontecimiento sin siquiera preguntarle por sus motivos. No hay ni una mujer empoderada en la película, todas viven para sus respectivos novios o maridos. Y del final ni hablemos.
Imagen extraída de Aquarius, Kleber Mendonça Filho, 2016.
Después pudimos ver la brasileña Aquarius, que desde las primeras escenas me atrapó. Una de las primeras cosas que se nos muestran en la película es la secuencia del cumpleaños de una mujer mayor, creo recordar que se llamaba Lucía. En la secuencia, oímos cómo sus sobrinos recitan un texto que han escrito sobre los distintos logros que ha habido en la vida de esta mujer, todos ellos relacionados con el trabajo, la lucha de clases, la lucha feminista y otras cuestiones más o menos honrosas desde un punto de vista político-progresista. Y mientras escuchamos todo esto, vemos el rostro de la mujer, que parece abstraída, mira hacia otra parte. Vemos cómo sus ojos se depositan en un mueble, un antiguo aparador de madera, y su mente se va a su juventud, viste de recuerdos ese mueble donde hizo el amor con el hombre al que amaba, totalmente ida del discurso que están dando los sobrinos. Esta escena es una de las más bonitas que he tenido el placer de ver en el cine reciente: cómo consigue cargar de sentimientos y símbolos un simple mueble, cómo consigue elevar el amor por encima de todo lo que le ha ocurrido en la vida. La película, aunque posteriormente toma un argumento más reivindicativo/social, parte de una premisa muy bonita y que se trata poco en el arte en general, y es el amor a la casa, la carga simbólica y sentimental de la casa como refugio, como extensión de la propia vida. Precisamente por la belleza de esta concepción de la casa como algo más que un simple lugar, me parece tan acertado que el título de la película en su versión original sea precisamente Aquarius, el nombre del edificio, y no Doña Clara, como se ha querido traducir al español, pues esta no es la historia de Doña Clara, sino la historia de su casa. Y bueno, una vez establecida la importancia sentimental del edificio, el nudo viene en la trama cuando una empresa constructora comienza a incordiar a Doña Clara, la única mujer que queda viviendo en el edificio, para comprarle la casa y poder hacer negocio, algo a lo que ella se negará de todas las formas posibles, llegando a tener que enfrentarse incluso a su propia familia. Se trata de una historia muy bien construida, que tiene una de sus mejores bazas en el carisma y la elocuencia de la mujer protagonista (da gusto oírla cada vez que interviene), y además cuenta con un montaje exquisito (me remito a la secuencia del principio). Ha sido una de las grandes sorpresas del festival.
Imagen extraída de Slava (Glory), Kristina Grozeva, Petar Valchanov, 2016.
Para finalizar el día, vimos Slava (Glory), una comedia búlgara bastante negra de tintes kafkianos. La película no destaca en prácticamente nada, no tiene una fotografía espectacular, ni un guión alucinante, ni unos actores que se coman el escenario, pero sin embargo tiene un interesante equilibrio en la sobriedad de su propuesta, una sobriedad que hace de ella una comedia bastante única en su especie, con un humor oscuro que puede recordar un poco a lo que hace el griego Yorgos Lanthimos. La premisa es sencilla: un humilde guardavías que vive en la miseria se encuentra un día mientras trabaja un montón de dinero sobre las vías del tren, y en lugar de quedárselo, decide avisar a la policía. Esta honrada decisión hace que se inicie todo un mecanismo burocrático y protocolario para que el gobierno enaltezca y alabe públicamente la heroicidad de la hazaña de este personaje que lo único que quiere es que le llegue la paga a fin de mes y que le dejen seguir trabajando. Y en este proceso, del que el pobre no sacará ningún beneficio sino más bien una molestia tras otra, ocurre que una de las funcionarias le pierde su reloj: un reloj de marca Glory que le regaló su padre con su nombre grabado, que es una de sus únicas pertenencias valiosas. Esto hará que entre en un proceso exasperante y eterno para intentar recuperar su reloj. Durante la película se parodia con inteligencia la falta de humanidad del sistema burocrático, ese eterno vuelva usted mañana, la hipocresía de los gobernantes, de la prensa; las ínfulas megalómanas del ciudadano triunfador que tanto se valora en el modelo social capitalista, que pone el éxito profesional y económico por encima de la humanidad o el sentimiento. Es una película interesante, con una fuerte crítica que invita a la reflexión, y con un final bastante impactante del que mejor no revelaré nada en estas líneas.
Imagen extraída de (M)uchenik (The student), Kirill Serebrennikov, 2016.
El martes también hubo muy buen nivel, se proyectaron las películas (M)uchenik (The student), María y los demás y, finalmente, Viva, una de mis películas favoritas de esta edición del festival. Vayamos por partes. (M)uchenik (The student) es otra de esas películas que pretenden inducir a una reflexión profunda, a replantearnos ciertas cosas de nuestro sistema de valores. El protagonista de la película es un virus dispuesto a corromper todo el sistema utilizando las propias armas que este le ofrece: es un chaval que, un día, comienza a obsesionarse con la Biblia y a utilizar pasajes de la misma para intentar cambiar todo el sistema educativo, aprovechándose de la permisividad del mismo y del imperio de lo políticamente correcto, en una cruzada salvaje en la que conseguirá poner a casi todo el mundo de su lado excepto a una mujer, la profesora de biología, única persona en todo el instituto con unos principios firmes y bien argumentados que el adolescente no puede tirar abajo con su radicalismo religioso. Es una película interesante, entre otros motivos, porque es de nacionalidad rusa, critica la homofobia imperante en ese país, expone la problemática de la doble moral religiosa/liberal, tan fácilmente corruptible, y también, por qué no decirlo, porque es un gusto que por una vez se muestre que los cristianos también pueden ser terroristas. Que los cristianos también matan, que el fanatismo y la radicalidad no entienden de nacionalidades ni de ideologías ni de religiones, que no hay que ser moro para poner una bomba, que el propio sistema alimenta estos odios que acaban explotando, y nos escandalizamos cuando ocurre.
Imagen extraída de María y los demás, Nelly Reguera, 2016.
En fin, a continuación vimos María y los demás, una película algo más mediocre. Sus principales virtudes son dos: que la protagonista es Bárbara Lennie, una de las mejores actrices que hay ahora mismo en España; y que desarrolla una historia con la que es fácil identificarse por su realismo y su espontaneidad. Es algo difícil describir de qué va la película, porque en realidad tiene un argumento prácticamente inexistente: Igual que ocurría el año pasado con 海街 diary (Our little sister), aquí nos encontramos también ante una película que es un slice of life, un fragmento de vida, donde el planteamiento, nudo y desenlace están bastante diluidos en un fluir constante de escenas cotidianas. Grosso modo, la película va de una mujer, María, que vive con su padre y anda un poco perdida en la vida: es escritora pero no se atreve a publicar lo que escribe, está enamorada pero no se atreve a tener pareja, quiere aparentar firmeza y orden pero en su interior es muy insegura. Su pequeño mundo, consistente básicamente en cuidar a su padre enfermo y salir de vez en cuando con las amigas, se desbarajusta cuando, en una comida familiar, el padre les anuncia a ella y sus hermanos que tiene novia y va a casarse. Este cambio la obligará a adaptarse a una nueva etapa y a replantearse muchas de las cosas que componían su vida anterior. La película no deja de ser interesante, pues reflexiona sobre ciertos temas que creo que pueden ser bastante comunes entre la gente de mi generación, sobre todo lo relacionado con el terreno profesional y artístico, esa incertidumbre e inseguridad a la hora de enfrentarte a tus creaciones y tener que decir: 'yo tengo una voz, tengo algo que decirle al mundo y quiero que se me reconozca por ello', y al minuto siguiente estar diciéndote que no, que como tú hay otros siete mil millones, que tus deseos de vivir del arte no son más que delirios narcisistas. Pero, en conjunto, al no ocurrir prácticamente cosas en la película, se hace aburrida, uno siente constantemente que falta sustancia, mensaje, acontecimientos, algo. Creo que podría haber dado mucho más de sí con un guión más elaborado.
Imagen extraída de Viva, Paddy Breathnach, 2016.
Llegó el final de la noche, y llegó con una película maravillosa, la cubana Viva, una película preciosa en su escenografía, sus imágenes, su música, su historia y su sensibilidad. La película cuenta la historia de un chico que, con su padre en la cárcel, ha tenido que buscarse siempre la vida por su cuenta, y apenas tiene para vivir, pero más o menos se mantiene. Es homosexual, hace apaños de peluquería y le gusta el mundo de los espectáculos de drag queens, para el que trabaja haciendo pelucas. Un día decide dar el salto al escenario y, justo ese día, se encuentra con su padre entre el público: ha salido de la cárcel, es un ex-luchador de boxeo bastante machista y no le hace ninguna gracia que su hijo se dedique a hacer lipsync vestido de mujer en un bar lleno de borrachos. Además, no tiene a dónde ir, así que se instala en la casa donde vive el hijo, la que era su casa antes de entrar en la cárcel, y esta convivencia forzada obligará a ambos a aprender del otro y buscar algún modo de ser felices. La historia se desarrolla con agilidad, se mueve con soltura entre la comedia y el drama construyendo unos personajes creíbles y entrañables, no hay prácticamente ni una escena de sobra, la fotografía deja constancia de una Cuba bellísima para guardarla en el recuerdo, unos vestuarios sencillos pero lindos, y sobre todo, una banda sonora extraordinaria, con uno de los números musicales más emocionantes que he visto nunca en una película. Recomendadísima.
Imagen extraída de Antes de que cante el gallo, Ari Maniel Cruz, 2016.
En los dos días siguientes me tuve que ausentar del festival, así que ahora toca dar un salto al viernes, y me dejo por tanto en el tintero las seis películas que se proyectaron esos días, entre las cuales se encuentra Train to busan, película surcoreana de zombies que sería la elegida este año por el jurado joven del festival, compuesto por estudiantes de la Universidad de Murcia y la Universidad Politécnica de Cartagena, para llevarse el premio jurado joven al mejor largometraje. Pues bien, sin más dilación, vayamos con las películas del viernes: la primera que se proyectó fue la portorriqueña Antes de que cante el gallo. No creo que merezca la pena extenderse mucho con esta película: es la historia de una familia disfuncional compuesta por una niña que vive con su abuela paterna mientras su madre está fuera y su padre está en la cárcel. Un día, el padre vuelve de la cárcel y se forma un fuerte vínculo afectivo entre él y su hija, la cual comienza a desarrollar otros sentimientos hacia él que van más allá del amor familiar y que les llevarán a todos a vivir extremas situaciones de violencia. La película no está del todo mal, pero peca de falta de profundización en la psicología de sus personajes, que quedan reducidos a marionetas histéricas que se pasan la mitad de la película chillando, llorando y dándose golpes unos a otros. Una historia que podría haber dado mucho de sí, explorando un tema tan peliagudo y tan interesante como el del amor incestuoso, se queda en un pastiche telenovelesco de domingo por la tarde. Una pena.
Imagen extraída de Lady Macbeth, William Oldroyd, 2016.
La siguiente película que se emitió fue Lady Macbeth. La película, basada en la novela corta Lady Macbeth de Mtsensk, de Nikolái Leskov, narra el oscuro proceso de liberación personal (y pasional) de una dama inglesa de la era victoriana, esclava de su marido y víctima de un sistema social basado en las relaciones de poder, en el cual la mujer es solo una posesión más. A partir de aquí lo que me pide el cuerpo es destripar la película, porque me parece tremendo lo que ocurre, pero no lo voy a hacer porque creo que la mejor manera de disfrutar de la película es no sabiendo prácticamente nada del argumento. En su lugar, haré una lista de cosas que me parecieron fantásticas en la película: en primer lugar, su forma de jugar con los silencios: es una película en la que las imágenes tienen muchísima fuerza y a menudo dejan al diálogo en un segundo plano, recreando escenas de una tensión asfixiante con muy pocos elementos. La escenografía es fabulosa, una recreación sobria y minimalista del ambiente en el que se desarrollan los acontecimientos, pero filmada con inteligencia, sabiendo sacar el mayor partido a todos los elementos, los vestidos, los muebles, los exteriores (esas escenas con la niebla invadiéndolo todo...). Y por último y no menos importante: la actuación de Florence Pugh. Con qué frialdad clava al personaje, un personaje tan complejo, tan atrayente y al mismo tiempo terrorífico, un personaje que nos lleva a plantearnos los límites de la moral, que desmonta toda la hipócrita sociedad victoriana con sus actos, un personaje icónico que, tal y como yo lo veo, redime al personaje de Shakespeare. Aquí no estamos ante una Eva, una incitadora al pecado: aquí estamos ante una mujer que reclama lo que la Historia le ha privado. Sin duda, Lady Macbeth ha sido uno de los mayores aciertos del FICC_45.
Imagen extraída de فروشنده (The salesman)Asghar Farhadi, 2016.
Y llegamos a la última película del día, la iraní فروشنده (The salesman). Esta es otra de esas películas que, con un guión maravilloso, logran transportar la mente del espectador a un lugar incómodo, poco visitado, en el que se ve obligado a replantearse ciertos conceptos morales. La película cuenta la historia de una pareja de actores que, forzados a mudarse a un piso de alquiler tras la demolición abrupta de su antiguo hogar, sufren un episodio traumático: la mujer, sola en casa, sufre el ataque de un extraño tras dejar la puerta de la casa abierta mientras se duchaba por un exceso de confianza. El ataque la dejará viva de milagro, y hará que entre en un episodio depresivo en el que el miedo y la vergüenza la incapacitarán para denunciar el hecho ante la policía. Esto hará que el marido se tome la justicia por su mano y comience una investigación obsesiva en busca de venganza. Y hasta aquí puedo contar. Esta búsqueda los llevará a todos a replantearse los conceptos de justicia, humanidad y perdón, en una situación límite en la que parece que los principios morales convencionales quedan inservibles. La historia además está contada de un modo original, alternando esta trama principal con otras subtramas igualmente interesantes, como la representación teatral que está montando la compañía de teatro en la que trabajan (Death of a Salesman, de Arthur Miller), el instituto donde da clases de literatura el marido, etc. Quizás algo escasa de momentos memorables, escenas verdaderamente impactantes que le hagan a uno sumergirse en la película y ponerse bajo la piel de sus personajes, la película no deja de ser una reflexión muy interesante, bien realizada, y una forma estupenda de dar fin al festival.
Imagen extraída de Retour chez ma mère, Èric Lavaine, 2016.

Para finalizar con la crónica de este festival, habría que hacer una mención a la clausura, donde se otorgaron los distintos galardones que ofrece cada año el FICC (podéis consultar el palmarés en este enlace) y se emitió la comedia francesa Retour chez ma mère (Vuelta a casa de mi madre). La película es una comedia ligera bastante divertida sobre las relaciones familiares, y con ella se dio un dulce cierre al festival de este año. Ahora toca esperar pacientemente a que llegue el próximo, y mientras tanto, lo de siempre: seguir disfrutando del cine, de la música, de la literatura, y de la vida en general.

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