Portada de The devil and God..., que representa simbólicamente uno de los temas centrales del disco: la dicotomía del bien (la niña, la pureza, la inocencia) y el mal (los demonios). |
Ha
llegado la tormenta. Llega en forma de sombra y frío, no hay ojos para
recibirla, el silencio es la única respuesta para los que no conocen el cielo.
Y da miedo la soledad, da miedo el helado tacto de la nada y el vacío, pero es
peor aún el infierno. Desde una perspectiva cristiana, la muerte puede ser algo
más terrorífico aún que el simple dejar de existir. El concepto del pecado y de
la condena eterna pueden hacer de la existencia un cuchillo sostenido
permanentemente sobre el cuello, dispuesto a clavarse en cualquier momento,
cada minuto una herida, cada noche un tormento. La vida nunca es completa,
siempre termina abruptamente. La muerte es por naturaleza inoportuna, y por
ello cada vida es algo inconcluso, una fuente natural de frustración, una rosa
que sangra cortada antes de florecer por completo. Y en esa carrera desesperada
contra el final ineludible, en esa batalla inútil, buscamos consuelo, buscamos
algo de amor con el que refugiarnos del frío, buscamos la manera de eludir un
destino terrorífico, buscamos ser felices, pero erramos. Reflejamos en nuestros
actos los miedos de los que huimos, y dejamos de amarnos, encontramos placer en
herir a los otros, y hacemos de la Tierra un valle de lágrimas, alimentamos al
monstruo, y cada noche, solos en la cama, tememos de nuevo que nadie va a
salvarnos de nuestros pecados, que ya es demasiado tarde para eludir la condena
al infierno. Esta es la perspectiva filosófica en la que se mueve el disco del
que vengo a hablar hoy: The devil and God
are raging inside me. Bienvenidos a la tierra del sufrimiento.
The devil and God... es un disco especial por
varios motivos, y uno de ellos es que logra expresar con la furia, el
romanticismo y la estupidez que caracterizan a la adolescencia un sentimiento
de profunda angustia existencial con el que cualquier ser humano podría
identificarse en alguna etapa de su vida. Y esto, perteneciendo a una banda
como Brand New, tradicionalmente etiquetada como emo y, por tanto, relacionada con el narcisismo y autocompasión que
caracterizan a ese movimiento; es lo que marca la diferencia entre este disco y
otros tantos discos de adolescentes lloricas que se produjeron en los años dos
mil: The devil and God... consigue
trascender el yo y que su tristeza, su
miedo y su angustia den el salto de lo particular a lo universal. Y lo hace de
una forma musical y líricamente perfecta. Cuando yo accedí a este disco por
primera vez, hará unos ocho años, yo no sabía prácticamente nada de música, no
conocía a Radiohead, ni a Elliott Smith, ni a Joy Division, y lo más probable
es que los integrantes de Brand New tampoco escucharan a estos artistas, porque
nunca los han citado entre sus influencias ni se han movido en esos círculos,
es una banda estrictamente encasillada en la escena emo en la que nació. Y sin embargo está ahí todo, está la
melancolía y la belleza de Radiohead, está el nihilismo de Elliott Smith, está
el fatalismo de Joy Division. Escuchar The
devil and God... es como leer los primeros versos de un joven poeta que aún
está buscando su voz e, inconscientemente, refleja en sus versos pensamientos
de poetas que aún no ha leído, los pinta con su ser y los hace aún más suyos
que sus antecesores.
En
el disco se explora, desde una perspectiva religiosa, el sentimiento de culpa y
miedo que siente el hombre al enfrentarse a su naturaleza más oscura y maligna.
Se ofrecen diferentes escenas en las que el hombre, de forma consciente o
inconsciente, comete errores, hiriéndose a sí mismo y a quienes le rodean. El
hombre es una bestia que se lastima a sí misma, que se aísla y sufre porque no
sabe amar sin romper lo que desea, porque parece condenado a no cumplir las expectativas,
a fracasar en vivir la vida que debería vivir, obligado a aceptar recorrer un
camino lleno de miserias. En Millstone,
nos encontramos frente al testimonio de un hombre que, víctima de un profundo
desencanto, cae en los excesos del alcohol, se aísla en sí mismo y teme que la
muerte le llegue en cualquier momento como un castigo por sus pecados, y esto
se expresa con algunos de los versos más demoledores y hermosos que he
escuchado en una canción: Solía rezar
como si Dios me escuchara, / solía enorgullecer a mis padres, / solía ser el
pegamento que mantenía juntos a mis amigos, / ahora no hablamos y no salimos ya.
/ Solía conocer el nombre de cada persona que besara, / ahora he hecho esta
cama y no puedo dormir en ella. // Así que sácame esta noche, / este barco de
miserias en el que estoy se va a hundir, / una piedra de molino atada a mi
cuello: / Sé mi aliento, / no hay nada que no haría.
Siguiendo
con esta canción, nos encontramos en ella uno de esos momentos, numerosos en
este disco, en los que la música alcanza cotas de emoción difícilmente
expresables con las palabras: me refiero a ese grito sordo entre los
estribillos, acompañado por una guitarra disonante que rasga desesperada el
viento como el aire en la garganta de Jesse Lacey, esa llamada desesperada de auxilio,
y sin embargo tan melódica, tan perfecta. Otros momentos como este a lo largo
del disco son por ejemplo aquel en Degausser
en el que, mientras Jesse canta como un mantra esas dos líneas, Nunca digo nada bueno / estoy solo, una
torrentera de guitarras se abalanzan sobre su voz, como expresando la
desolación que las palabras en sí no pueden llegar a expresar; o esa
construcción progresiva en la segunda mitad de Limousine en la que los instrumentos se van sumando a un lamento
que se convierte en plegaria y luego en súplica; o el inicio de You won't know, con una melodía
demasiado repetitiva o demasiado larga que parece el segundero del reloj del
purgatorio y que es uno de los momentos más memorables del disco.
La
calma y la ira, la luz y la oscuridad, Dios y el maligno, se manifiestan
constantemente en el disco, y mientras en las letras parece predominar
implícita y explícitamente la cara oscura de esta dicotomía (oímos a Jesse
cantar en el tema Jesus Christ las
siguientes líneas, preguntándole a Dios sobre qué ocurrirá cuando muera: ¿Me montaré en el carro de fuego, / flotaré
a través del techo?/ ¿o me dividiré y me romperé en pedazos? / Porque mi luz es
demasiado tenue / para mantener a ralla toda mi oscuridad. / Este barco se
hundió / con la tierra a la vista, / y en las puertas del cielo / ¿Me pedirá
Tomás que le enseñe las manos?); en la música parece ser al contrario: la
balanza se inclina más a favor de la calma que de la ira. En Jesus Christ, por ejemplo, se describe
el miedo a la condena eterna mediante un acompañamiento acústico, melancólico,
con cierto halo espiritual, que inspira cielos azules, nieve blanca, camas
vacías y miradas perdidas. En Luca, que se basa en el personaje de la novela El padrino Luca Brasi para recrearse en
la maldad inherente al ser humano, nos encontramos también con una melodía
calmada, melódica y volátil, y no es hasta que la canción alcanza su cenit que
toda la banda entra en juego con violencia y ruido, como si toda la canción no
hubiera sido más que la calma (ansiosa, expectante, tensa) que precede a la
tormenta.
Una
construcción similar es la que presenta Limousine,
tema que se basa en la historia real de una niña de siete años que murió en un
accidente de tráfico al estrellarse la limusina en la que iba con su madre, conducida
por un hombre cuya tasa de alcoholemia triplicaba lo permitido, tras oficiar de
niña de las flores en la boda de su tía. A lo largo de este tema se suceden
varias voces narrativas en una melodía que progresa desde el canto elegíaco
inicial hasta la expresión desesperanzada y violenta de la pérdida. Oímos a
Jesse ponerse bajo la piel de la madre de la niña en la primera parte de este
tema para cantarle una última canción de cuna, describir cómo será una luciérnaga, / un bote de remos, / remos
de plumas, mientras a ella solo le queda una noche más para ser su madre. Este canto concluye de forma
abrupta con unos versos gritados sobre un fondo de ruido que representan el
momento del impacto y la defunción de la niña, a los que sigue la voz del
conductor de la limusina, que dice haber hablado con el mesías, que le ha
transmitido el siguiente mensaje: Morí
por vosotros una vez, pero nunca más. Jesse nos quiere transmitir que él
podría haber sido el conductor de la limusina. Que cualquiera de nosotros
podría haber sido el conductor de la limusina. Que el ser humano es violento,
es destructivo, está condenado a la miseria. Y que Dios no va a salvarnos. Este
es uno de los temas más largos del disco, también uno de los más oscuros en su
lírica y su mensaje, y sin embargo la música es serena, solemne, guía nuestros
pasos con calma hacia su terrible final, la negación de la salvación. Finalmente,
el disco se cierra con un tema totalmente acústico titulado Handcuffs que habla sobre la dificultad
de vivir sin caer en la tentación y hacer daño a los otros, lo difícil que es
no olvidar la intención de ser una buena persona, Es difícil ser el mejor hombre / cuando olvidas que lo estás intentando:
/ aún te estás mintiendo.
Hacía
mucho tiempo que no escuchaba este disco, fue hace unas semanas que me topé de
nuevo con él, tras años olvidado en mi discoteca. Cuando descubrí este disco por
primera vez con trece años no alcanzaba a entender en su totalidad el mensaje
que quería transmitir, pero igualmente me fascinaba su música. Y estoy convencido
de que en esa música están contenidos los sentimientos del disco de tal manera
que no importa que entonces el inglés supusiera una barrera infranqueable
para mí, yo entendía los sentimientos que estaba expresando el disco, los
reconocía, me reconocía en ellos, y aunque nunca me he considerado una persona
creyente, conectaba con ese desasosiego, con esa desesperanza, con esa
tristeza. Escuchándolo hoy, la escucha es diferente, encuentro un estímulo
extra en las letras y me doy cuenta de por qué este disco es tan distinto de lo
que escuchaba yo entonces, por qué, aunque Brand New se considere una banda emo, resuenan aquí con tanta fuerza
voces como la de Elliott Smith, que aparentemente no tiene nada que ver con
esta música adolescente, pero que por supuesto que está ahí. Escuchándolo hoy
siento cómo nuevas heridas me hacen reafirmarme en mi conexión con estas letras
plagadas de miserias, pero también soy consciente del peligro que entraña un
exceso de esta música. En una escala de tristeza que va desde el cero,
representado por My chemical romance y otros grupos del estilo que juegan a ser
"oscuros", hasta el diez, representado por Elliott Smith, este disco
estaría en torno al nueve, y recordemos que Elliott Smith se suicidó. Creo que
es un disco peligroso porque básicamente infunde pensamientos que, a pesar de su
validez y su interés filosófico, no dejan de ser pensamientos depresivos e
incluso a veces suicidas. A penas hay hueco para la esperanza en el disco, no
hay prácticamente ni un atisbo de luz, y aunque su título sea el diablo y Dios
braman en mi interior, Dios no juega un papel amable, sino más bien
condenatorio.
A
pesar de ello, creo que es un disco necesario, uno de los mejores en su
especie, sobrecogedor en casi toda su extensión (salvo en temas como Not the sun y The archer's bows have broken, temas claramente más comerciales e
inmediatos con menor calado emocional que el resto del disco), y tomado por
unos buenos oídos, puede resultar de gran ayuda en momentos difíciles, aunque
parezca absurdo; porque te muestra una parcela del pensamiento humano
terriblemente oscura de una forma absolutamente hermosa, te hace sentir un
inmenso placer estético al expresar desde la solemnidad y la reflexión la
angustia de la existencia elevada a proporciones bíblicas. Disfrutadlo con
moderación.
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