Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016. |
Nacer
es una herida, el inicio de un lamento, una mutilación llamada ‘yo’. Nacer es
el comienzo de una búsqueda fatal que acaba con la muerte, con un regreso al
todo o a la nada. La familia es una araña que teje un refugio sin salida. Es
una tirita y una cuchilla, el veneno y el antídoto. Ser uno mismo es no ser
nadie. Ser es sumar recuerdos en un recipiente hueco. El individualismo es la
búsqueda del modo de desmentir esa afirmación. Es la creencia de que el ‘yo’ es
algo más que la mezcla de todo lo vivido. Que somos más que una herencia de
cosas que ya nos han venido dadas. El narcisismo es una forma de aislamiento
masoquista y voluntario. Es la creencia de que ese ‘yo’ único, más allá de
herencias culturales, sociales o biológicas, ese ente mágico, no le debe nada a
nadie, ni necesita a nadie más para crecer. El camino de Narciso lleva
inevitablemente al desencanto. A romper la imagen y ver el vacío que se esconde
debajo. La nada más grande del mundo.
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016. |
La
última película de Xavier Dolan se sitúa en los últimos pasos del camino de
Narciso. Juste la fin du monde narra
la historia de un joven escritor que, tras doce años de ausencia, decide
regresar al seno familiar a anunciar a sus hermanos y a su madre su inminente
muerte. Este personaje, Louis, se nos presenta desde el principio como alguien
egoísta, que solo busca la autocompasión. En el monólogo inicial, donde se nos
presenta a los espectadores el marco de la historia, no nos dice que vuelva a
su casa porque eche de menos a su familia, o porque piense que tienen derecho a
tener contacto con él, o siquiera porque merezcan saber que él va a morir:
vuelve a casa para demostrarse a sí mismo y a los demás que, hasta el final de
su vida, él seguirá siendo el único dueño de sí mismo, que tiene el control. El
resto de la película es la historia de un fracaso.
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016. |
Louis
presencia cada una de las escenas familiares que se desarrollan como si se
tratase de un observador externo, casi como un dios condescendiente que sonríe
en silencio ocultando su constante juicio, su sabida superioridad. Por tanto,
tendrá que ser a partir de lo que dicen los otros personajes que podamos
reconstruir la personalidad de este individuo, y sobre todo, lo que su actitud
y su ausencia han provocado en las vidas
de los demás.
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016. |
Suzanne,
la hermana pequeña, lo verá con una mezcla de admiración y resentimiento: como
una oportunidad de escapar de una familia que la oprime y encontrar su lugar,
triunfar en la vida, ser feliz; pero también como un traidor, alguien que nunca
se interesó realmente por ella, alguien ajeno a su responsabilidad como miembro
de su familia. Antoine, el hermano mayor, lo verá con envidia y desprecio,
porque se sabe perdedor, se sabe atrapado en una vida que detesta, anhelante de
algo más, porque cree que merece más, es el primogénito y, sin embargo, se sabe
condenado a su pueblo, a su mujer, a sus herramientas. Ve en Louis a un
manipulador, y probablemente, dentro de su constante histeria y animadversión,
sea el único de la familia capaz de ver en Louis la verdadera razón de sus ausencias,
de sus silencios, de su aparente bondad, su actitud de mártir. La madre quiere
incondicionalmente a su hijo. No lo comprende, ni siquiera intenta
comprenderlo, y aunque sabe que su reaparición en casa no puede ser casual, no
le importa el motivo, en el fondo no lo quiere saber. Lo único que le pide es
que apoye a sus hermanos, pues como madre, sabe cuáles son sus carencias, sabe
qué es lo que necesitan, y sabe que Louis es la única persona que puede
dárselo, el único que tiene la llave de su presidio. Por último tenemos a
Catherine, la esposa de Antoine. De apariencia encantadora y comportamiento
tímido, sus miradas y sus escasas intervenciones revelan una parte de la
personalidad de Antoine que él es incapaz de expresar con las palabras, la
falta de atención que le ha llevado a vivir en el odio y el despecho. Es, con
Louis, la única persona que tiene una visión externa de la familia y de lo que
está ocurriendo en ella, solo que al contrario que Louis, que los condena desde
su silencio, ella siente lástima por ellos.
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016. |
En
este ambiente cerrado de la familia, la atmósfera es irrespirable, y para
transmitir esa sensación, el director se vale de dos elementos: el encuadre y
la profundidad de campo. La fotografía es fundamental en esta película, y como
artista visual, Xavier Dolan demuestra tener la habilidad necesaria para
crear un clima opresivo, tenso, agobiante; grabando la película casi
íntegramente mediante retratos de los personajes en los que todo lo que se
salga de su rostro queda desenfocado, perdido en la niebla. Este empleo del
retrato no llega a los extremos de otras producciones recientes como Sauls Fia (László Nemes, 2015), y es de
agradecer. En lugar de eso, esta técnica se incorpora al lenguaje
cinematográfico de Dolan de un modo natural, requerido por la propia naturaleza
de la película, sin renunciar a otras señas de identidad de su cine como puedan
ser los vestuarios estrafalarios (véase la madre), o los montajes pintorescos
(ese montaje inicial que mezcla las imágenes de Louis llegando a la casa con lo
que ve del pueblo, sus casas y sus gentes, sus miradas, y al mismo tiempo, la
preparación de la comida que se está realizando en su casa; montaje que nos
puede recordar al del inicio de Laurence
Anyways (Xavier Dolan, 2012)).
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016. |
En
el apartado musical, vuelve a apostar por el mismo estilo adoptado en Mommy, una mezcla de música ambiental
profundamente sentimental que dota de una gravedad aún mayor si cabe a los
diálogos en los que se incorpora; y música radiofónica más o menos actual (he
oído por ahí algo de Grimes y algo de Blink-182, si no me equivoco), música de
adolescentes que conecta con el carácter romántico (narcisista, rebelde,
solitario, soberbio) del protagonista, alter
ego del propio Xavier Dolan, constante de un modo u otro en sus películas
desde su debut J’ai tué ma mère
(Xavier Dolan, 2009).
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016. |
En
fin, en resumidas cuentas, estamos ante un drama de personajes donde la
cuestión central es el conflicto entre el sentimiento individualista del
artista y la necesidad de convivir en una estructura social mayor que él mismo.
El guión se basa en una obra de teatro de Jean-Luc Lagarce, por tanto no sé
hasta qué punto ciertas flaquezas de la historia son achacables a la labor
adaptadora de Dolan o al propio Jean-Luc, lo que está claro es que ciertos
puntos se podrían haber desarrollado más, o no haberse tratado en absoluto,
porque tal y como están no parecen aportar gran cosa a la historia (me estoy
refiriendo a la historia de Pierre, el ex amante de Louis; o las historias del
pasado de la familia, como la de las excursiones dominicales con el coche, que
podrían darnos alguna pista de por qué Louis decidió marcharse, o por qué Antoine
es como es, pero en realidad no nos dicen nada). A pesar de ello, estamos ante
un film visualmente exquisito, técnicamente
impecable, emocionalmente duro, a veces insoportable, y en ningún caso
irrelevante. Os lo recomiendo.
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