19/2/17

Famille: Reseña de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016

Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016.
Nacer es una herida, el inicio de un lamento, una mutilación llamada ‘yo’. Nacer es el comienzo de una búsqueda fatal que acaba con la muerte, con un regreso al todo o a la nada. La familia es una araña que teje un refugio sin salida. Es una tirita y una cuchilla, el veneno y el antídoto. Ser uno mismo es no ser nadie. Ser es sumar recuerdos en un recipiente hueco. El individualismo es la búsqueda del modo de desmentir esa afirmación. Es la creencia de que el ‘yo’ es algo más que la mezcla de todo lo vivido. Que somos más que una herencia de cosas que ya nos han venido dadas. El narcisismo es una forma de aislamiento masoquista y voluntario. Es la creencia de que ese ‘yo’ único, más allá de herencias culturales, sociales o biológicas, ese ente mágico, no le debe nada a nadie, ni necesita a nadie más para crecer. El camino de Narciso lleva inevitablemente al desencanto. A romper la imagen y ver el vacío que se esconde debajo. La nada más grande del mundo.

Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016.
La última película de Xavier Dolan se sitúa en los últimos pasos del camino de Narciso. Juste la fin du monde narra la historia de un joven escritor que, tras doce años de ausencia, decide regresar al seno familiar a anunciar a sus hermanos y a su madre su inminente muerte. Este personaje, Louis, se nos presenta desde el principio como alguien egoísta, que solo busca la autocompasión. En el monólogo inicial, donde se nos presenta a los espectadores el marco de la historia, no nos dice que vuelva a su casa porque eche de menos a su familia, o porque piense que tienen derecho a tener contacto con él, o siquiera porque merezcan saber que él va a morir: vuelve a casa para demostrarse a sí mismo y a los demás que, hasta el final de su vida, él seguirá siendo el único dueño de sí mismo, que tiene el control. El resto de la película es la historia de un fracaso.
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016.
Louis presencia cada una de las escenas familiares que se desarrollan como si se tratase de un observador externo, casi como un dios condescendiente que sonríe en silencio ocultando su constante juicio, su sabida superioridad. Por tanto, tendrá que ser a partir de lo que dicen los otros personajes que podamos reconstruir la personalidad de este individuo, y sobre todo, lo que su actitud y  su ausencia han provocado en las vidas de los demás.
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016.
Suzanne, la hermana pequeña, lo verá con una mezcla de admiración y resentimiento: como una oportunidad de escapar de una familia que la oprime y encontrar su lugar, triunfar en la vida, ser feliz; pero también como un traidor, alguien que nunca se interesó realmente por ella, alguien ajeno a su responsabilidad como miembro de su familia. Antoine, el hermano mayor, lo verá con envidia y desprecio, porque se sabe perdedor, se sabe atrapado en una vida que detesta, anhelante de algo más, porque cree que merece más, es el primogénito y, sin embargo, se sabe condenado a su pueblo, a su mujer, a sus herramientas. Ve en Louis a un manipulador, y probablemente, dentro de su constante histeria y animadversión, sea el único de la familia capaz de ver en Louis la verdadera razón de sus ausencias, de sus silencios, de su aparente bondad, su actitud de mártir. La madre quiere incondicionalmente a su hijo. No lo comprende, ni siquiera intenta comprenderlo, y aunque sabe que su reaparición en casa no puede ser casual, no le importa el motivo, en el fondo no lo quiere saber. Lo único que le pide es que apoye a sus hermanos, pues como madre, sabe cuáles son sus carencias, sabe qué es lo que necesitan, y sabe que Louis es la única persona que puede dárselo, el único que tiene la llave de su presidio. Por último tenemos a Catherine, la esposa de Antoine. De apariencia encantadora y comportamiento tímido, sus miradas y sus escasas intervenciones revelan una parte de la personalidad de Antoine que él es incapaz de expresar con las palabras, la falta de atención que le ha llevado a vivir en el odio y el despecho. Es, con Louis, la única persona que tiene una visión externa de la familia y de lo que está ocurriendo en ella, solo que al contrario que Louis, que los condena desde su silencio, ella siente lástima por ellos.
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016.
En este ambiente cerrado de la familia, la atmósfera es irrespirable, y para transmitir esa sensación, el director se vale de dos elementos: el encuadre y la profundidad de campo. La fotografía es fundamental en esta película, y como artista visual, Xavier Dolan demuestra tener la habilidad necesaria para crear un clima opresivo, tenso, agobiante; grabando la película casi íntegramente mediante retratos de los personajes en los que todo lo que se salga de su rostro queda desenfocado, perdido en la niebla. Este empleo del retrato no llega a los extremos de otras producciones recientes como Sauls Fia (László Nemes, 2015), y es de agradecer. En lugar de eso, esta técnica se incorpora al lenguaje cinematográfico de Dolan de un modo natural, requerido por la propia naturaleza de la película, sin renunciar a otras señas de identidad de su cine como puedan ser los vestuarios estrafalarios (véase la madre), o los montajes pintorescos (ese montaje inicial que mezcla las imágenes de Louis llegando a la casa con lo que ve del pueblo, sus casas y sus gentes, sus miradas, y al mismo tiempo, la preparación de la comida que se está realizando en su casa; montaje que nos puede recordar al del inicio de Laurence Anyways (Xavier Dolan, 2012)).
Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016.
En el apartado musical, vuelve a apostar por el mismo estilo adoptado en Mommy, una mezcla de música ambiental profundamente sentimental que dota de una gravedad aún mayor si cabe a los diálogos en los que se incorpora; y música radiofónica más o menos actual (he oído por ahí algo de Grimes y algo de Blink-182, si no me equivoco), música de adolescentes que conecta con el carácter romántico (narcisista, rebelde, solitario, soberbio) del protagonista, alter ego del propio Xavier Dolan, constante de un modo u otro en sus películas desde su debut J’ai tué ma mère (Xavier Dolan, 2009).

Imagen extraída de Juste la fin du monde, Xavier Dolan, 2016.
En fin, en resumidas cuentas, estamos ante un drama de personajes donde la cuestión central es el conflicto entre el sentimiento individualista del artista y la necesidad de convivir en una estructura social mayor que él mismo. El guión se basa en una obra de teatro de Jean-Luc Lagarce, por tanto no sé hasta qué punto ciertas flaquezas de la historia son achacables a la labor adaptadora de Dolan o al propio Jean-Luc, lo que está claro es que ciertos puntos se podrían haber desarrollado más, o no haberse tratado en absoluto, porque tal y como están no parecen aportar gran cosa a la historia (me estoy refiriendo a la historia de Pierre, el ex amante de Louis; o las historias del pasado de la familia, como la de las excursiones dominicales con el coche, que podrían darnos alguna pista de por qué Louis decidió marcharse, o por qué Antoine es como es, pero en realidad no nos dicen nada). A pesar de ello, estamos ante un film visualmente exquisito, técnicamente impecable, emocionalmente duro, a veces insoportable, y en ningún caso irrelevante. Os lo recomiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario