11/2/17

La creación es un pájaro sin plan de vuelo que jamás volará en línea recta: Reseña de Violeta se fue a los cielos, Andrés Wood, 2011

Imagen extraída de Violeta se fue a los cielos, Andrés Wood, 2011.

Qué difícil es hablar de un biopic. Las películas biográficas constituyen, probablemente, uno de los géneros cinematográficos más cuestionables. No son documentales, pero tratan de reflejar la biografía de una persona. No son del todo ficción, pero trabajan con actores y guiones originales. Al final, el problema al que nos enfrentamos con los biopics es el de siempre, la cuestión de hasta qué punto podemos llegar a conocer a una persona, hasta qué punto podemos reducir una personalidad humana a una simple sucesión de eventos ordenados cronológicamente, suprimir todas sus caras y dejar solamente una a la vista. El propio escritor, cuando escribe sobre sí mismo, se mutila, y deja ver solamente una parte de su ser, miente, perfila verdades, esconde secretos. Mucho más cuando el encargado de escribir la biografía es una persona externa al biografiado. Y más aún cuando se trata de una producción cinematográfica, la biografiada lleva cincuenta años muerta y se tienen que contratar actores para poder recrear su vida en la gran pantalla. Dicho todo esto, no creo que podamos llegar a conocer nunca quién fue Violeta Parra. Pero nos queda su obra. Y esta película de Andrés Wood lo que consigue es, precisamente, mantener vivo su legado.


Imagen extraída de Violeta se fue a los cielos, Andrés Wood, 2011.

Violeta se fue a los cielos es una película sobre la Violeta artista, sobre su música, sus tapices, sus cuadros, sus poemas. Es una aproximación a cómo pudo ser la mente artista que dio a luz una producción tan hermosa y tan variada. Cómo pudo vivir esta mente, cómo pudo amar, cómo sintió el mundo que la rodeaba, qué visión tenía de lo que hacía. Es una interpretación, y como tal, puede estar equivocada, pero a mi juicio creo que no debe de ir muy desencaminada. Se presenta a Violeta como una mujer enfermamente enamorada. Y empleo este término para referirme tanto al amor por el arte como al amor por un hombre.


Imagen extraída de Violeta se fue a los cielos, Andrés Wood, 2011.

Sin ninguna formación académica, hija de artistas, Violeta aprende desde pequeña a tocar la guitarra y a cantar, y siente que el arte es la única vía posible para expresar todo aquello que siente, para celebrar la alegría y canalizar la tristeza. Da igual que se trate de una canción, un poema o una pintura, para ella todo es lo mismo, una expresión material de su alma y del alma de todo cuanto la rodea, de su pueblo y de su gente, de la naturaleza que ve y que pisa, de su Chile. Esta visión del arte la lleva a revalorizar el folklore chileno e iniciar una labor recopiladora de la música popular de su país, pues siente que ese es el reflejo del alma de la nación, si es que eso existe, y que por tanto, es un tesoro que debe ser bien custodiado, que no debe caer en el olvido. Ese deseo de mostrar al mundo todo lo que siente que merece la pena ser sentido, tanto sus propias creaciones como las que ella recoge de la música popular, hace de ella una mujer ambiciosa y, hasta cierto punto, narcisista. Su ambición la llevará a cantar en Polonia y a exponer su obra visual en el Louvre, pero su narcisismo la llevará a resentirse ante un público que no sabe entenderla o no quiere escucharla; a menospreciar el trabajo de los demás artistas; a pelearse con el hombre del que está enamorada; y en definitiva, a luchar batallas imposibles que solo pueden causarle dolor. Por eso está enfermamente enamorada del arte: es su fuerza y, al mismo tiempo, su debilidad, una de sus mayores fuentes de sufrimiento. La otra es Gilbert.


Imagen extraída de Violeta se fue a los cielos, Andrés Wood, 2011.

Gilbert Favre tiene un perfil psicológico similar al de Violeta: enamorado del arte popular de Chile, lleno de ambición, desea prosperar como artista y enseñar al mundo sus creaciones. Por eso la relación entre ambos está condenada al fracaso. No hay suficiente espacio para dos egos tan monumentales como los de Gilbert y Violeta en una relación. El problema es que Violeta se enamora enfermamente de él. Este es el segundo bloque temático de la película, cómo el amor que siente Violeta por Gilbert la consume hasta el extremo, cómo para ella llega un momento en el que no hay nada más en la vida, cómo es capaz de humillarse suplicando volver con él, porque es incapaz de ver otra vida posible, otra manera de continuar con su camino. Ese amor la llevará tanto a sentir la dicha más grande como a vivir en el mayor de los infiernos. Y esto lo veremos, sobre todo, a través de su música. Concretamente, a través de 'Volver a los diecisiete', como elogio supremo del amor, y 'El gavilán', como lamento desgarrado de despecho. Y esto nos lleva a hablar de las canciones.


Imagen extraída de Violeta se fue a los cielos, Andrés Wood, 2011.

La música es uno de los puntos más fuertes de la película. Si bien es cierto que todas las canciones que aparecen son versiones interpretadas por Francisca Gavilán, que en toda la película no oiremos la voz de Violeta, esto parece un sacrificio necesario para mantener la coherencia estética, y dentro del hecho de que se trata efectivamente de un sacrificio, creo que solventa exitosamente ese problema: la caracterización de Francisca Gavilán como Violeta Parra es asombrosa, y sus canciones, respetuosas hacia las originales. Y la música se inserta en la narración de un modo extraordinario, ilustrando cada momento de su vida y enriqueciendo nuestra percepción tanto de la música como de la biografía en una perfecta simbiosis. Así, sería importante destacar la interpretación de 'Arriba quemando el sol' frente al grupo de mineros; 'Qué pena siente el alma' sobre las imágenes de su padre destruyéndolo todo, enfurecido y borracho; 'El rin del angelito' tras la anunciación de la muerte de su bebé; 'Volver a los diecisiete' cantada frente a un grupo de aristócratas, por un lado, y frente al pueblo en su carpa, por otro; o 'El gavilán', en el tramo final de la película, con las imágenes de la gallina siendo desgarrada por la rapaz. Las canciones, ya de por sí potentes en sí mismas, se cargan aún más de simbolismo al acompañar estas escenas, y al mismo tiempo, las escenas se humanizan y nuestra empatía hacia ellas se potencia por medio de la música.
Otro de los puntos fuertes de la película es su montaje, su tratamiento temporal. Andrés Wood renuncia en Violeta se fue a los cielos a contarnos una historia cronológicamente lineal de la vida de Violeta Parra, no le interesa tanto la exactitud biográfica y temporal como la conexión emocional entre las distintas escenas y con el espectador. Así, se pueden suceder escenas de la infancia y madurez de la vida de Violeta de un modo aparentemente inconexo, pero siempre siguiendo un hilo emocional definido, dando así una visión circular, eterna, del tiempo y de la vida (el final de la película cierra el círculo).


Imagen extraída de Violeta se fue a los cielos, Andrés Wood, 2011.

Sin embargo, si yo tuviera que ponerle una pega a la película, esa sería la levedad con que se trata la faceta más socialmente reivindicativa de Violeta, más aún si lo contraponemos a la profundización que se hace del tema de su amor con Gilbert. Quitando la escena de los mineros y alguna mención al comunismo, se pasa de puntillas por este tema, cosa que me parece bastante grave, cuando Violeta Parra es precisamente una de las figuras más importantes, no solo del folklore chileno, sino también de la canción protesta (tiene en su repertorio, además de ese 'Arriba quemando el sol', temas contra el racismo como 'Casamiento de negros', con ese humor mordaz que la caracteriza; sobre el injusto tratamiento hacia los indígenas en 'Arauco tiene una pena'; sobre el injusto reparto de riquezas, que solo genera miseria, y cómo los pobres se amparan en la religión como si efectivamente se tratase del opio del pueblo, en 'Porque los pobres no tienen'; sobre la opresión policial contra las manifestaciones en 'La carta'; etc.). Entiendo que quizás no es del todo necesario focalizar el hilo narrativo en esta faceta suya, pues incluso cuando se dedica a recoger temas del folklore chileno y a construir una carpa para llevarle el arte al pueblo, se está dejando clara cuál es su posición política. Pero aún así creo que no habría estado mal incidir un poco más en ello.

En fin, no me extenderé ya más: Violeta se fue a los cielos es un más que digno biopic sobre la vida de una de las, para mí, artistas más interesantes que ha habido en lengua castellana, una visión honesta y respetuosa del personaje como artista, como amante, como mujer y, en última instancia, como ser humano. Para quien ya conozca su obra, le recomiendo la película, aunque solo sea por su valor cinematográfico (también porque, en mi opinión, el visionado de la película engrandece la escucha de su obra); y para quien no la conozca, también se la recomiendo porque es un buen modo de descubrirla.

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